Juan Pearn
Tanto los enfoques terapéuticos como los preventivos de las lesiones térmicas requieren una comprensión de la física de la medición de la temperatura y la transferencia de calor. La gravedad de las quemaduras depende de cuatro factores principales, tres de los cuales son (a) la energía térmica del agente que quema, (b) su conductancia específica y (c) su temperatura. El cuarto es la infinita variabilidad de la vulnerabilidad tisular de la víctima. La medición de la temperatura es fundamental para cada uno de ellos y es inherente a todas las disciplinas involucradas en las lesiones térmicas. El jesuita francés Jean Leuréchon (1593-1670) acuñó el término "termómetro" en 1624. La calibración temprana de los termómetros se logró mediante la designación de puntos de calibración superior e inferior fijos (pero arbitrarios) en escalas de temperatura anteriores. En el siglo XXI, los termómetros clínicos leen con una precisión de 0,1 grados Celsius y se calibran con respecto a puntos fijos. El punto fijo superior evolucionó desde el del "máximo calor de un día de verano" utilizado por Francesco Sagredo hasta la "temperatura de la axila de un inglés sano" de Isaac Newton. Anders Celsius (1701-1744) propuso una escala de cien puntos en la que el punto de ebullición del agua se designaba como 0 grados Celsius. En 1745, Carl Linnaeus (el creador del sistema binomial de nomenclatura) invirtió esta escala para darnos la escala universal de temperatura que se utiliza en la actualidad. Todos los que trabajan en disciplinas relacionadas con los traumatismos utilizan escalas de temperatura en la gestión clínica, en la promoción de la prevención, en el diseño y en las decisiones legislativas para reducir la morbilidad y la mortalidad de las lesiones térmicas.
Comparte este artículo